“Las niñas quieren verse bien / independiente de que estén / o no estén”
Pedro Piedra, Las niñas quieren
Pedro Piedra, Las niñas quieren
Conocemos a las niñas-dragón desde hace un tiempo. Las identificamos en callejuelas, en los bares, en los centros culturales, en las avenidas, pues siempre conservan una imagen que se debería sostener como deseable: su incorrección política está completamente ajustada a una meditada explosión de visceralidad mezclada con sensatez. Su explosión es reflexiva; es el centro de su proceso creativo, porque esta porta la mayor cantidad de su subjetividad, todo esto según la niña-dragón. La niña-dragón es lo que se podría entender –digo para reconocer que nada de esto es reflexión mía- como una Jovencita de Tiqqun, en un último paso de extrema intelectualización: el sujeto o la sujeta que se reduce a ser mercancía, dispuesta para el consumo y buscando ser deseado deseando, transformando su deseo en lo deseable y estableciéndolo como la máxima neutralización de sus posibilidades de multiplicidad, para un otro. Amamos a las niñas-dragón, porque eso es lo que les permite ser niñas-dragón, del mismo modo que sin público, no hay espectáculo.
Conocemos a las niñas-dragón desde finales de los noventa, no porque antes no hubiesen existido, sino porque antes no era tan grande el problema de la identidad. Es que lo primero para la niña-dragón es la construcción de una imagen, ya que sin imagen no hay mercancía. Pero sin escenario no hay imagen: la mercancía debe ser argumentada hasta que tenga alcances ontológicos o económicos, posteriormente la mercancía se deconstruye o reconstruye y se vuelve a argumentar hasta institucionalizarse, entonces la niña-dragón tomará la plusvalía de éste, la anotará en su currículo y desestimará sus trabajos para reinventarse, y volver al mismo proceso.
Conocemos a las niñas-dragón porque dicen cosas escandalosas y de vez en cuando se pelean públicamente con alguien. De lo contrario sufre mareos. Porque “A la Jovencita a menudo le dan mareos cuando el mundo cesa de girar en torno a ella.” (Tiqqun, Primeros Materiales para una teoría de la Jovencita.)
Ecología radical y actos pornográficos
Ser niña-dragón no es solo una cosa de niñas, de hecho es fundamentalmente una cosa de niños.
Las niñas-dragón se articulan como una suerte de paradigma capitalista de resistencia al capitalismo: es un punk con las botas lustradas, un niño huacho en las arcas de la familia. La contradicción performativa es su estrategia: desprecia la vigilancia porque odia el control, pero ama la seguridad. El aparato policial funciona como un elemento estético.
Las niñas-dragón están obsesionados con su entorno: la ciudad, la casa, el medio ambiente. Economía en todos los sentidos de la palabra. Les interesa tanto el problema de la administración doméstica como el de las administración pública: el primero por el cuerpo y la sexualidad, por la privatización personal del cuerpo y la libertad del cuerpo como objeto de consumo; lo segundo, porque los objetos se vuelven material de consumo, por eso los espacios de la ciudad son lo importante: no importa el entorno en tanto paisaje, resulta vital en tanto escenografía y nombre.
Todo cuanto se ubique en la periferia tendrá un elemento +1: la pobreza, los travestis, las figuras que la administración pública remite a lugares de conocimiento (la cárcel, el manicomio, el burdel), todo cuanto hay de vulnerado, la niña-dragón lo amará para hacerlo parte de su producción. La niña-dragón transforma a los homosexuales en bestias y traficantes del buen gusto, a los locos en videntes, a los delincuentes en guardianes del tesoro de Sodoma. La niña-dragón siempre amará a Rimbaud, a Genet y a Bukowsky: a los malditos administrados de la oficialidad. También ama el número tres: los tríos sexuales, las trilogías, las triadas, la trinidad. Tres es el nuevo signo del capital: las cosas ya no solo pueden ser públicas o privadas, también pueden ser mías, última escala de la propiedad, donde la transferencia del bien es imposible, donde las cosas se resignifican y se destruyen al ser desposeídas: las impregna de sí, y se las lleva a la tumba: el dadá también puede ser capitalista. Después de siglos de un aburrido Aristóteles, el dos es una cosa demodé.
La contradicción performativa es radical en las niñas-dragón: no sólo les interesa la economía, también les interesa cualquier procedimiento normativo de lo eco: ecología, ecosofía, liberación animal, integración de las subjetividades indígenas a sus particulares procesos hermenéuticos. La niña-dragón está contra la propiedad privada, porque lo quiere todo suyo. En este sentido hay algo admirable: reproduce conscientemente la colonización como progresivo avance del dominador en capsulas de contenido. Ahí está su gesto pornográfico: reduce a una cantidad mesurada de signos una serie de significados. Sin embargo, esto mismo construye el yo de la niña-dragón, es el procedimiento tecnológico mediante el cual se produce el milagro: eso le permite verse como un elemento fuera del sistema del entorno, lo que lo insta a normarlo y adicionarle contenido, instándolo a generar una relación dialéctica con el entorno: lo entiende, lo asume, lo admite y sufre(teatralmente) con él, porque no es él ni parte de él. Se siente más colonizador que colonizado, pero mesías. La niña-dragón en su mesianismo, quisiera ser la reina del Halloween y la articulación integradora de la multiplicidad.
La lengua bífida de la niña-dragón, es una bandera
Los poemas infames de la niña-dragón, no son infames por su calidad, sino por su cualidad de contradicción. Su interés desmedido por lo político lleva a que haga todo cuanto produce sea gestual. El neologismo, la violencia del neologismo, profanar lo sagrado, sacralizar lo profano. Su pirotecnia lingüística favorita es el prefijo y el sufijo, precisión y reconstrucción de los signos normados, porque la niña-dragón no soporta la paradoja del lenguaje: que todo deba ser pensado por el lenguaje y el lenguaje no pueda dar cuenta de todo cuanto se piensa. Luego que el lenguaje sea un espacio para la comunicación de interpretaciones, en gran parte, tradicionales. Con esto sufre y entonces sueña con la creación de lenguajes. Las figuras literarias le parecen insuficientes. También sueña todos los días con inventar la locomotora: quiere reinventar lo que detesta, las clasificaciones de los modos-de-vida. Por esto infancia, discapacidad y perversión son sus temas predilectos, puesto que “conoce las perversiones estándar”, porque “[adora] a los niños: son hermosos, honestos y huelen bien” (Ídem).
Los enemigos de las niñas-dragón son imaginarios, pero bien conocemos a sus enemigos.
La sociedad industrial, la burguesía, el estado, el bipoder, la sociedad de control y de disciplina, el capitalismo tardío. Esto es todo cuanto odia la niña-dragón, pero no puede escapar de ello, porque es un marxista a secas.
Los poemas de las niñas-dragón siempre serán militantes, serán marxista y postmarxista, ellas serán progresista y comunista, serán queer y abogarán por el matrimonio homosexual y la igualdad de género, serán feministas y postfeministas, abogarán por la libertad y la caída del estado. “todo eso, a la vez, ser quiero, y lo soy / y por si es poco / paloma, serpiente y… cerdo” (Nietzsche). Su lugar será lo meta- , lo hiper-, lo ultra-, lo post-; el lugar de su cuerpo y su lengua. Será LGBTTI y post-identitario. La niña-dragón es la derecha del futuro: la evidencia del aburguesamiento progresivo de una clase intelectualizada en el proyecto histórico marxista: la clase media: el proletariado que no muere de hambre y sueña con la equiparación de las fuerzas de industria y las de trabajo; su estilo de vida es el consumo y la homogenización del lenguaje en el consumo: por eso los poemas de las niñas-dragón son claritos en lo que dicen, claritos en lo que buscan, claritos en lo que juegan, porque tanto lo que dicen, como lo que buscan, como lo que juegan, fue inventado por otro y reproducido tantas, pero tantas veces, que resulta heroico y tierno solo pensar que alguien aun pueda creer en el bolivarianismo o en el amor.
La niña-dragón quisiera ser como una explosión de luciérnagas, que son incapaces de dañar, pero asusta.
La niña-dragón a veces se parece a Rocky Racoon, equipado con una pistola, para dispararles a sus rivales, o caminando por el lado salvaje de la ciudad, donde Lou Reed se pasea con traje y llama a su novia desde un hotel. Y amará a Baudelaire y odiará a su madre y a la madre de Baudelaire, y odiará a su padre como un sacerdote del psicoanálisis de siglo. Y amará a Stella Díaz Varín, a Gabriela Mistral, a la Pizarnik y a Verlaine, el generoso, a Foucault, a Deleuze y amará el fuego, cuando se trate de la psiquiatría del XIX.
Cada vez que la niña-dragón abre la boca es un espectáculo en el que se quema la lengua.
Que buen artículo este. Nos muestra una realidad tan nuestra, en este caso no autoreferente, sino un pueblo que quiere lo que nunca se lo dará jamás el sistema. Las niñas se quieren ver bien. Todos queremos lo mismo, el problema ya lo había anunciado el gran Tomás Moulian, la revolución de la burguesía con el acceso al consumo, que crea ilusiones de orden inpensable, esto se traspasa rápido a la literatura, donde la temática del "yo" es da como resultado una literatura autoreferente, de la cual no hemos podido nunca salir, siempre atrapados en nuestro autoreferente, por falta de pensadores, nos interesa de otro lado el sistema que no de lo que nunca tendremos. Las niñas quieren verse bien, pero para eso hay que pasar por la esclavitud, y pagar a créditos. Nadie da nada, ni tampoco le interesa lo que sucede en nuestro ámbito, el consumo arrasó el sujeto incluso de la literatura en este caso como ente autoreferencial.
ResponderEliminarMaría Isabel Amor. escritora.
ResponderEliminarentrete, espero leer algo mas y de este estilo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarhola, no entendi el articulo del todo, pero veo que a muchos de los que comentaron les gusto. Podria alguien explicarme? Gracias. mi correo es gogolate32@gmail.com
ResponderEliminarPara de sufrir loco, la mina de la U se fue con otro y qué?!
ResponderEliminarLe diré a Mario Borel que escriba una respuesta (creo que se entretendrá haciéndolo). Una para que le explique a Anónimo del 17 de marzo y dos para que converse con Mauro quien al parecer se fue por otro carril... jjjj... Calmao.
ResponderEliminarsuena como una descripción psicoanalítica con ciertos aciertos poéticos con un dejo de final o comienzo. Pero es el perfil claro de una poeta muy social-mente actual y precoz.
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