Cristián Gómez O.,
aka el fantasma de Matta-Clark
Más que escribir una crónica con recuerdos personales, quiero mandarle a los editores de Lecturas Ciudadanas, que me han amenazado en todos los tonos posibles con las penas del infierno si no cumplo con los plazos establecidos, un pequeño estudio de las alegrías y las miserias que rodean al mundo norteamericano de los talleres de literatura y su cooptación por parte de las instituciones universitarias.
Puesto así suena medio fomeque y Ledezma Martínez ya me tiene medio advertido, por lo que paso a aclarar de inmediato que no se trata tanto de elaborar una tesis como de comparar experiencias y, desde allí, ver los pros y los contras de este ejercicio de escritura que aquí en Yanquilandia, para bien o para mal, se convirtió en profesión hace un par de décadas.
Tal vez me estoy metiendo en las patas de los caballos (aunque me pregunto si no he estado siempre ahí), porque a mucha gente le escuece el culo cada vez que se habla de escritores y universidad, sobre todo si son privadas (como en Chile) y aún peor si están bautizadas con el nombre de algún antiguo Ministro de Estado. Pero no me voy por las ramas, no me apunten todavía. La ampolleta se me encendió cuando hace un par de semanas atrás (de hecho fue un par de días, pero suena más canchero agregarle tiempo a la reflexión), mi buen amigo Álvaro Kaempfer, también conocido como el Miracho, o por su chapa de militante Sensei de Valdivia, me envió un correo que, de acuerdo al empobrecido español de Chile que practica Las Últimas Noticias, me atreveré a “desclasificar”.
En el aforementioned message[1] (¿cómo está mi inglés?), Sensei Kaempfer me invitaba a leer una carta de Kurt Vonnegut, el afamado autor de Desayuno para campeonesy Matadero 5, entre otros muchísimos títulos. En ella, un Vonnegut que ya había abandonado su puesto como profesor en el Taller de Escritores de la Universidad de Iowa, le da una serie de consejos a quien ocupará a futuro su puesto. Se trataba de Richard Gehman, un famoso articulista y novelista a quien Vonnegut se encarga de detallarle los pros y los contras de la vida universitaria.
Lo primero sobre lo cual Vonnegut le informa, es el resto del profesorado. Una vez hechos los comentarios ad hoc, le pide a Gehman que queme la carta. Y con toda razón: sin ser desleal, Vonnegut es insoportablemente honesto. De particular interés, por lo menos de particular interés para mí, son las palabras que le dedica a Vance Bourjaily, un hoy en día olvidado autor que no merece tal suerte y que en su momento se codeó en las mismas listas que Norman Mailer y James Jones, sobre todo por su primera novela: The End of My Life, que a pesar de su tono hemingwayano, ocupa un lugar de honor en el universo de las novelas de guerra escritas en Norteamérica, entre las que se cuentan (la lista por supuesto que no es exhaustiva) A Farewell to the Arms, The Naked and the Dead, Catch 22 y The Things They Carried.
Al comentarle a Gehman sobre Bourjaily, el autor de Matadero 5 dice: “Es un mal profesor, se pasa todo el tiempo en su granja. Es un buen amigo y un buen escritor y, al igual que tú, un cocinero de nota. Te va a invitar a cazar. Pero en lo referente al Taller, es terriblemente flojo”. Sin embargo, agrega sobre la marcha: “Mi punto de vista sobre esto es: ¿Y qué?”
Más adelante, con toda sabiduría, Vonnegut le señala uno de los consejos esenciales: “No persigas a las estudiantes de pregrado. Sus padres todavía están al acecho”. Sabio, por decir lo menos.
Ante la posibilidad muy cierta de que el maíz que rodea la ciudad y la falta de vida citadina (un par de buenos restaurantes, un par de cines, partidos de fútbol americano y eso sería todo) empiece a sofocarlo, la recomendación es la de volar rápidamente rumbo a Chicago o New York. De las clases dice que no se preocupe, que las suspenda y listo. Total, dice Vonnegut, a nadie le importa que se hagan o no esas clases, nadie te estará vigilando. Lo cual tal vez sería cierto en 1967, pero no lo es más en nuestros tiempos.
Si alguien quisiera ver una versión cinematográfica de la vida de los talleres literarios americanos, no me queda sino recomendarles dos películas, ambas pequeñas joyas. Una es Wonder Boys, bajo la dirección de Curtis Hanson (el mismo de L.A. confidential), protagonizada por Michael Douglas y un elenco entre los que se cuentan Katie Holmes (todavía sin pasar por las garras de Tom Cruise), Robert Downey Jr., sobrio, un retraído Toby McGuire que aún no soñaba con el Hombre Araña, más la descomunal Frances McDormand, de esas actrice que por sí solas hacen que Hollywood valga la pena. Esta es la versión seudo intelectual, amable y a fin de cuentas más o menos conservadora de este micro-universo. La otra, la más oscura y que incluso fue censurada por la pacatería yanqui para el público de este país, es Storytelling, del siempre ácido pero lúcido Todd Solondz. En ambas películas, el profesor del taller desoye los consejos de Vonnegut y se mete con una alumna. Pero sólo una de las dos películas no pasó la censura. Ustedes eligen.
[1] “En el mensaje citado más arriba”: ¿cómo estoy pa’ traducir? Interesados comunicarse a mondragon22@hotmail.com, precios conversables.
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