El encanto, la fascinación, impone que el uno y el otro se diluyan en su carencia, en su falta, eliminando defectos, acortando distancias, generando un estado que podríamos llamar obscenamente contemplativo, extático[1]. Es el fuera, el estar allá, en la exterioridad plena, lo que permite advertir la mancha, cuando vemos la mancha ya estamos separados, distantes, situados en una lejanía que ve en el otro la falencia; objetivizados, no nos damos cuenta que la mancha también nos mira como una mancha, enfatizando nuestra diferencia en tanto molestia. Porque la mancha ensucia y entorpece lo que pudo ser higiénico, normado, equilibrado.
Es así cómo puedo decir que el Ensayo sobre la mancha[2] se ubica en un entorno manchado, en un contexto manchado, donde la mancha se asume como la trizadura, la intervención, la marca que altera un territorio sustentado en un arquitectura del poema, de la naturaleza, de la vida, inscritas en la estética del error y del posible fracaso ante aquello que fascistamente podríamos denominar belleza.
La escritura puede así, intervenirse, mancharse, generando la ruptura, el quiebre. El poema se enfrenta entonces a la disolución, pero no a su desaparición. Es el proceso el que importa, no la finalidad, lo terminal.
Es entonces cuando el texto me remite a una política de la resistencia. En un territorio sometido a la continua destrucción y recomienzo, el sujeto otorga un lugar diferente a la poesía. “Pero el hecho de que los poemas/ vayan en dirección contraria/ no resistirse, contemplar/ la cinematografía de la natura/ que intenta borrarnos del mapa-/ tiene un sentido ritual diría yo” (12).
Estoy frente al binomio: resistencia/no–resistencia. Donde la resistencia se liga a un contexto natural y político y la no–resistencia a la contemplación del enemigo, un desprendimiento de lo confrontacional que lleva hacia un estado posiblemente místico. Renunciar a la oposición es darse al deseo de catástrofe, donde la natura tiene la misión destructora ante un todo en el que impera la ambición, la usura, el afán de orden. Un gran punto de quiebre ocurre cuando el hablante se desplaza de lugar e interpela a Dios por los que no dan más. Inhibiendo su deseo de disolución, al tomar conciencia de aquellos otros que “no dan más” (15); el hablante así, da cuenta de un aguante personal, de un deseo de persistencia, una voluntad de subversión, un ir más allá, despojándose de la represión, desde donde emerge la belleza de la libertad precedida de la renuncia. Al igual que la belleza que deviene del desastre o de la mancha inscrita en la piel, nuestros cuerpos, el papel y la poesía.
La resistencia aparece asociada a cumplir y a ganar, términos que nos remiten a un sujeto atrapado por la episteme neoliberal; aquella que determina los códigos fundamentales de una cultura —los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus valores, sus prácticas— fijando los órdenes empíricos con los cuales el sujeto tendrá que ver y en los cuales se encontrará[3]. Porque es en el espacio de lo íntimo, el baño, donde el sujeto de esta poesía, se enfrenta al chorro de tinta que sale de su cabeza. Un cuerpo asumido como tecnología, un sujeto que expulsa aquello que lo coloniza, lo colonizado simbolizado en esa tinta mareadora, como de cartucho no original.
La madre natura es una fuerza que sanciona y “se muestra descontenta/ con la desplanificación urbana x usura/y se sacude toda la cascarria” (21). Nuevamente surge acá, la crítica al orden político que será castigado. En tiempos de castigo existe la posibilidad de interrumpir la violencia mítica, como en el Popol–Vuh, esta vez mediante el acto de amor, sexual. El hablante se desplaza por temporalidades amenazantes, que marcan un tiempo de entrega, pero también por un tiempo de resistencia y luego de renuncia.
“Libertad de espacio y de palabra” es uno de los textos fundamentales de este poemario. Así dice: “Es espacio sublime/ es primero espacio/ y luego sublime” (23). La materialidad precede a lo sublime. Según Lyotard[4], lo sublime es así placer de pena y placer de alivio: el “terror de que ya nada acontezca”, es el terror de la privación del lenguaje, del silencio, de la vida, pero también alivio por la privación de esta miseria.
Siguiendo el poema, puedo señalar que primero está el lugar y luego el terror de que ya nada acontezca y el alivio por tener que dejar de esperar que algo acontezca. El espacio sublime es el del poema, que concita descanso y resistencia, destrucción y construcción, capaz de resistir “todos los terremotos venideros” (24). El poema, la escritura se vuelve así, un espacio de libertad: “sin el cual/ nuestra supervivencia sería imposible” (23), un espacio sublime que concita dolor y alivio. El único espacio de libertad.
Ensayo sobre la mancha es un conjunto de poemas intensos y movedizos, que dan cuenta de una reflexión metatextual y su cruce con la violencia territorial, desde una perspectiva que asume la derrota en todo aquello externo al poema. Al modo de un arte poética, solo queda en pie la poesía, la letra que sacude su precisa arquitectura, pero que también juega a parodiar la errata, con rabia; una escritura donde es posible la convivencia de un ánimo contemplativo con la iracundia ante la oficialidad. Carrasco nos entrega un volumen que conjuga una línea de reflexión filosófica, enturbiada excepcionalmente por una discursividad liminar.
[1] http://www.cieccordoba.com.ar/lunula/leermas17.html. ¿por qué Lacan incluye la voz y la mirada en la serie de los objetos freudianos? Marie-Hélène Brousse.
[2] Santiago: Ediciones Corriente Alterna 2012.
[3][3] Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI, 1968.
[4] En Lessons on the Analytic of the Sublime [Traducción de Elizabeth Rottenberg]. Stanford: 1994, Stanford University Press.
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