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Por Claudio Marambio


A las primas que seguimos caminando, con los tacones en la cartera.


                Hoy no les correré la paja mental hablando sobre cuando nace la reivindicación de los derechos de nosotras, las colas, en un cada vez menos chilito nuestro; o de qué organización hizo a allá o acá por todas las chiquillas del país. Tampoco voy a discursear sobre cómo y cuándo paso a ser “políticamente correcto” el no “insultar-nos” en la calle, cine, restorán o universidad: porque sí se sigue haciendo en la cama, escuela-liceo y en la casa. Y que bueno que así sea. Total, cada victoria en el espacio personal, es un avance en la recuperación del goce, del libido, de nuestro sexo.

                Vengo a pelar, a comadrear, a compartir un mate usando un chal. Porque hay algo que me esta preocupando y nadie dice nada o las que reclamamos lo hacemos muy bajito. Igualdad, bandera de lucha y símbolo revolucionario de aquella Francia ya olvidada. A la vez, valor fundamental de los sistemas liberales (O neo liberales) que hoy van en retroceso: a lo mejor para al fin morir, a lo mejor para volver con más fuerza. Principio normativo que condiciona a los sujetos como moldes estereotipados y sumergidos dentro de parámetros sociales establecidos por el modelo dominante, otorgándoles sensación de pertenencia, de derecho, de deberes y de ritos. Normaliza, nivela, suprime y olvida. Y me asusta el escuchar que cada día, el discursillo de igualdad se va posicionando en los espacios de discusión cuando se habla de nosotras. No somos iguales, nunca seremos iguales. A mi gusto, la esencia paradigmática de este principio es el resguardo, es el salvaguardar a los sujetos como “iguales” en una de sus dimensiones civilizadoras: El derecho. Y solo hasta ahí. Pretender extenderlo a las demás dimensiones  formadores del sujeto, es pasarse por la raja las capacidades de desarrollo y crecimiento personal de cada persona.

                Porque la verdad de las cosas la igualdad no da para más, y aunque el papel aguante cuanta mierda se le escriba, las diferencias entre su mundo patriarcal hetero-normado y nuestra revolución multicolor cargada al rosa, siempre será distinta. Porque mientras que a ellos les arde el hoyo al saber de nuestra presencia, a nosotros nos gusta por el hoyo…donde sea que este se encuentre. Aunque les pique a las igualadas, a las movilizadas y a cualquiera que quiera clasificarnos, las distinciones entre los sujetos en sociedad son tan profundas, que pretender homogeneizar en patrones valóricos, estéticos, morales, sexuales, políticos y culturales no se puede. Al menos, no con las colas.

                Pero justo cuando una ya después de tanto carril en las calles, le empieza a flaquear la fe, una conoce gente, se entera de cosas y se da cuenta que las colas no somos pocas, ni weonas. Y que no dejaremos que nos metan esta pomada. Al menos no esta. Es en la performatividad donde hemos encontrado la llave de inflexión, reclamo, protesta y acción política en la cual resguardarnos y expresar justamente aquello: no somos iguales, y vivimos disfrutando; gozando nuestra diferencia: escupimos en tu moral, nos corrimos en tus valores y al igual que la ropa del hermano mayor, ni cagando usaremos tu patrón cultural. Porque hay gente que cree que el acto de performatividad es inocuo, pues no es capaz de plantear u organizarse en un programa o propuesta de cambio a lo establecido por la norma. Cuchitas, entérense de que la performance es justamente eso: No apunta a una reconfiguración social de las normas sexuales, valóricas o culturales, sino que tensiona los límites de las normas estructurales de la sociedad, hasta el punto de volverlas incómodas, mal vistas a los ojos de las señoras aseñoradas. Así, la performatividad, es el acto político marginal clave en la única y real reivindicación que nos corresponde llevar: vivir nuestra sexualidad como se nos pare la raja, el pico o los pezones. Sin que un curita cara’e raja, o un político frígido o un weón cualquiera se meta en nuestra cama.

                La abuela se los dice ahora, la igualdad en Shile no nos llevará a ninguna parte, quedaremos donde mismo pero tal vez con una máscara más linda, que sirva para seguir haciéndose los weones con nosotras: seguiremos sin poder casarnos, sin poder tener un cabro chico, sin poder complementar renta para un crédito hipotecario, haciendo trámites con papeles falsos y corriéndonos como las weonas, cada vez que la pierna te llame pa’ saludar en la pega. Los cambios culturales no pasan por homogeneizar a los sujetos, sino que se comprenden en el acto de integrar a las diversidades en el abanico formante de la sociedad, incorporando sus costumbres, valores y visiones de mundo a una cosmovisión social.

                Es por esto, que me pongo de pie y aplaudo, agradecida, el trabajo realizado por las Yeguas del Apocalipsis durante ese Chile negro que aun nos ahorca con su sombra. A la Che de los gays, a la Hija de perra, a María Basura, A Irina la Loca, a las Putas Babilónicas, a La Botota y a todas las primas y primos que de distintos lugares, formas y proyectos, van construyendo.  Por lo tanto, defiendo eso que a las instituciones homogeneizadoras, tanto les molesta: la hermosa y revolucionaria disidencia sexual. Que más que mal, ha sido la única capaz de visibilizar, la existencia de nosotras sobre la mesa.




modelo de la foto: Javier LedeZma Barraza

Escrito por: Arturo LedeZma

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1 comentarios

Respetamos el anonimato, pero nos guardamos el derecho de borrar lo que sea ofensivo o lisa y llanamente estúpido. El resto se queda. ;) Gracias por comentar.