*artículo publicado en la edición impresa N° 114 del Ciudadano
por Arturo LedeZma
A Reinaldo lo conocí en Radal pero vive en una
pieza más abajo por San Pablo. Las instancias de por qué le hice una entrevista
son irrelevantes, sólo basta con decir que partió pidiéndome una gamba para
comprarse un vino y, luego de una conversa animada, terminamos en un sucucho
tomando chela. Ahí me contó (entre otras historias raras) de aquella vez que le
tocó oficiarlas como chofer de Allende y también de la oportunidad en que,
motivado
por un entusiasmo juvenil, trabajó como dentista y le sacó una muela a las monja más linda que vio en su vida.
No me permitió grabarlo con el celu (aunque igual
lo hice sin que se diera cuenta) pero sí me dejó, encantado, tomarle notas a
lápiz y papel, Yo prefiero todo a la
antigüita, dijo, y destapamos la primera chela de cinco. Como decía, nos
metimos en uno de esos bares de viejos que de a poco van desapareciendo dentro
de sí mismos por culpa de la ley de tabaco y bajo el sonido estupidizante de
las máquinas de destreza que te
interrumpen la conversa cada vez que un loco gana cinco lucas en chauchas.
Ganas de contar su vida no le faltaban y adoptó siempre una actitud de
entrevistado, dejando un testimonio fijo en cada palabra. Además me daba la
impresión que estaba sellando mentalmente deudas consigo mismo al hablar. Ahora
es un tipo pobre pero en su tiempo tuvo minas, plata, auto y hasta viajó por
todo Chile. No tuvo educación formal, pero se las ingenió con algo que, según
él, vale más que cualquier título. Mira,
te digo una cosa, el secreto de todo es que tengo los ojos verdes, dijo
Reinaldo y concluyó que en este país cualquier weon con cara de cuico puede
llegar a ser lo que quiera. Si te fijas
acá somos todos extranjeros y repetimos, de peón a paje la misma historia, que
nuestros abuelos llegaron de afuera, que nuestra mamá era linda de joven, y que
de chicos éramos rubios, porque tenemos el delirio de la extranjería en que
creemos que cualquier importación es signo de elegancia y alcurnia. Por eso nos
cargan los peruanos que son negritos y extranjeros, porque nos cagan el ideal
europeo con que crecimos; acá todos los weones quieren ser italianos o
alemanes, y partiendo de ese prejuicio, por ejemplo vos o yo, con un par de
ojales y un caracho maomenos podís llegar a ser ministro aunque no sepay hacer
niuna wea bien.
El año 70 Reinaldo tenía veintitantos y le tocó
manejar un vehículo municipal en que trasladó a Allende que era, según sus
palabras, un Chato educado y amable. Lo
paseó una tarde entera desde el ministerio de educación hasta un gimnasio en
Quilicura. Dice que hasta puso cara de escolta y sacó a relucir los ademanes
que aprendió en el servicio militar. Apareció en una foto chica en Las Ultimas
Noticias junto al compañero presidente. Y sin declararse de izquierda dice que
lo lamentó mucho para el golpe. En este
país somos tan picaos a gringo que lo único que nos faltaba era tener
presidentes muertos en vivo por televisión y lo tuvimos. Durante la
dictadura se fue a vivir al campo a la casa de una amiga con ventaja y
desarrolló oficios esporádicos. Ahí fue donde le tocó trabajar como ayudante de
un dentista en un pueblo chico de la séptima región. Con él aprendió mirando
las artes de la anestesia, las tapaduras y la extracción de piezas dentales. Los más fáciles de tratar son los curaos
porque se envalentonan y con el copete las muelas ni las sienten cuando se
quiebran, pero las viejas más lo que gritan cuando no se les duerme bien el
hocico. Una vez en que se quedó solo en la consulta llegó una monja rica y
Reinaldo, con su experticia que le dio el mirar atentamente los tratamientos,
se armó de valor y luego de ejecutar con habilidad el cuento de dentista y
administrar certeramente la anestesia, se atrevió y le sacó la muela a la
monja. Es una de las experiencias más
eróticas de mi vida gancho, te juro, no sólo porque la monjita era preciosa,
sino porque sentí que era probablemente uno de los pocos hombres que podían
tener la suerte de tocarle la lengua a una religiosa. No sé por qué lo hice,
pero lo haría otra vez sin chistar. Una cosa es probar una comida hecha con
mano de monja y otra, muy diferente, es saber qué tan suave tienen la lengüita (me
hace un 1313). A todo esto el
dentista nunca se enteró de la intervención y Reinaldo al poco tiempo se
embarcó de camino a Chiloé donde, para seguir con su autocumplida tradición de
vividor, fue pescador y parece que tuvo un hijo.
Es bien sabido que los chilenos tenemos una
personalidad que siempre se la juega entre la discreción excesiva y el júbilo
excesivo. Pretendemos ser cuicos pero aspiramos a tener una pantalla grande de
televisión en cada pieza de la casa. Estas condiciones nos han dado un espíritu
que oscila entre la apariencia de que somos apitucados y sonrientes como
comercial de automotora, y la desbaratada alegría que nos pone a lucir en un
matrimonio como pungas cada vez que un pariente hace “el monito” bailando
cumbia y se agarra el poto. Sin embargo, hay fisuras menos evidentes como
Reinaldo. Pausas que a veces te ponen a conversar con un flayte de ojitos
verdes que habla mejor que tú o que ha leído más que tú y que eligió, por una
sanidad mental que es plana y franca como la locura, vivir en otro espacio en
el que caben bien puestas las más extrañas situaciones sociales. Reinaldo es un
poco de eso. Una mezcolanza cuática de punga
aseñorado que ha sabido acomodar bajo la misma camisa blanca y pantalón
negro un espíritu que entre los viejujos del bar lo tiran a relucir por el
verseo cada vez que habla de política apuntando a la tele, pero que cuando
entra a un consultorio con su letra A de Fonasa también generan que una
enfermera de universidad privada levante una ceja en desaprobación por la
manera en que se desplaza, tan elegante y tupido de ademanes, por entre los
boxes divididos con una mampara de lino. No es comprensible tanta elegancia en
un tipo que se lleva a casa los medicamentos en una bolsita de papel. No es
borracho, no es punga, ni tiene culpas. Es nada más que un viejo amable que las
oficia de conversador social que ofrece
testimonio en bares como me dijo sonriendo. No fuma, ni cagando, eso es de
rotos.
#YO_LEO lecturasciudadanas.cl & YO_COMPRO-el-CIUADADANO
esta excelente la narración, porque veo lucidez. felicitaciones al autor
ResponderEliminarfede
Oh Muchas gracias. Que amable man. Se agradece y me alegra que te haya gustado.
EliminarAbrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarRe buena la historia, super entretenida! me encantó!
ResponderEliminarYo también soy de las que me pongo a conversar en la calle con esas personas, con esas pocas personas, que extrañamente tienen un tiempo para detenerse en la vida, para conversar, para reír, para enseñar..
Saludos Arturo , estaré atenta a tus artículos!