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Yo no me considero feminista / pero me siento cada día más lesbiano




por César Quintanilla


En ese tiempo pensábamos que era posible hacer casi cualquier cosa. Mi hermano y yo teníamos una bicicleta para los dos la que aprendimos a prestárnosla de manera en que jamás sentimos verdaderamente la falta de la segunda. Compramos pedalines y casi siempre era él quien manejaba y yo me montaba atrás afirmado de sus hombros. Crecimos con la bicicleta y se hizo parte de nosotros al punto de que nunca se nos ocurrió la idea de cambiarla, obviamente todavía la tengo aunque no la uso. Como decía, en ese tiempo estábamos tan seguros de hacer todo lo que se nos pasaba por la cabeza que un día, después de pensarlo en la noche y preparar las mochilas bien temprano en la mañana, salimos en la bici de camino a la playa. Según el cálculo del Tico nos deberíamos demorar algo así como unas ocho horas. Sus mediciones las hizo dividiendo y sumando y restando y suponiendo la velocidad de la bicicleta en relación con el tiempo que se demora en llegar el bus y poniéndolo en ecuación con el plazo que la tía Nina se tardaba en hacer el viaje desde Pudahuel hasta Lo Vasquez cuando cumplía la manda que dejó de pagar una vez que mi tío se recuperó definitivamente y dejó el vino. Nos turnaríamos cada cierto rato el pedaleo y en la mochila nos llevamos agua y sanguchitos. Con los ahorros de ambos podríamos sobrevivir un par de semanas carreteando en Valpo, además tenemos una tía que vive allá, en el cerro Monjas. No es apresurado contar que nos demoramos más de ocho horas en llegar a Valparaíso, mucho más. La verdad es que, en estricto rigor, nos demoramos dos semanas en hacer completamente el viaje finalmente hasta Valparaíso y para cuando llegamos lo más hermoso fue mirar el mar pero lo más terrible fue pensar en cómo cresta íbamos a volver.

A mi hermano le dicen Tico porque se llama Francisco y a mí por razones que no vale la pena revelar me dicen Mono aún cuando me llamo César, sin embargo el caso del tipo que conocimos de camino a la playa es paradigmático y hasta patético, le decían Mickey Rourke. Según él le llamaban así por dos motivos: el primero, porque se parece a Mickey Rourke (cosa que no es cierta, excepto porque le imita en algunos modos y formas de caminar) y el segundo motivo es porque en sus años mozos fue boxeador.  Lo conocimos porque estábamos muertos de sed y nos metimos en un pueblo chico que, más que pueblo, era una calle larga con casas por un lado y con un proyecto habitacional de departamentos que aún estaban a medio construir por el otro. No vimos ningún almacén pero sí vimos dos bares, nos metimos en el más punga y pedimos una Sprite de litro que nos pusieron sobre la barra. Mickey Rourke desde una mesa nos dijo “Tómense una chela pos cabros” y mi hermano respondió que no podía porque estaba manejando la bici –fue ridículo. “Entonces tómense un combinado, yo con pisco manejo derechito” agregó Mickey y nos invitó dos vasos casi llenos de pisco puro que mezclamos con la Sprite. La cuestión es que nos pusimos a chupar con el compadre y terminamos raja de curaos, tanto que nos invitó a alojar a su casa y fuimos. Mickey vivía en una casa de madera que había construido él mismo y trabajaba en la construcción a cargo de las instalaciones de electricidad. A penas llegamos nos contó de su apodo, nos mostró unas fotos en que salía boxeando y nos explicó con lujo de detalles la historia de las cuatro medallas que tenía colgando en un clavo. “Estuve a punto de clasificar para un sudamericano” repetía. “…si no fuera porque en ese tiempo yo andaba caliente con la Mónica, habría llegado lejos”.  Esa primera noche quedamos bien cosíos y en el fragor de la convesación y escuchando unos cassettes de Soda Stereo nos comprometimos a acompañarlo al otro día a pescar. Al día siguiente estuvimos todo el día en el estanque y no pescamos casi nada, pero nos tomamos la no despreciable suma de 36 latas de chela, razón por la cual tampoco estábamos en condiciones de pedalear a ninguna parte y alojamos una noche más. La historia se repitió al día siguiente y en esa tercera noche terminamos en un cumpleaños de Nelson, amigo y compadre de Mickey, quien se rajó con un chancho, seis botellas de pisco, chelas y tantas salchichas que hasta las terminamos usando como carnada al día siguiente cuando repetimos, ahora en compañía también de Nelson, la pesca y la tomatera. Al pasar la primera semana conocíamos a todo el mundo y hasta prometimos –obviamente motivados por el compañerismo y el amor al prójimo que inspira la borrachera- que nos quedaríamos a vivir en el pueblo para siempre.
Para celebrar nuestra primera semana de visitantes Mickey nos llevó a conocer el pequeño matadero del pueblo que en realidad era un galpón metálico en donde la gente compraba la carne o llevaba a matar los chanchos. Ahí el Mickey hizo guantes con una vaca muerta que colgaba de un gancho, le dio unos puñetazos que no la movieron ni un pelo y agarró a combos una cabeza de un chancho, que el carnicero tenía sobre la mesa, hasta botarla al suelo. “¿Sabís cuántas veces he visto Rocky?” dijo Mickey. Unas cien, respondí y me dijo “más veces, yo creo que unas doscientas” No me extraña, le dije, y me di cuenta que el carnicero lo miraba con cara cuática a Mickey, cosa que evidenciaba que no era primera vez que se iba a darle de cachuchazos a las reses. Luego de hacer unos truculentos acuerdos con el carnicero nos llevamos tanta carne como pudimos cargan en bolsas y Mickey pronosticó que el asado de la noche sería único en su especie. Pasamos a comprar vino a donde un primo suyo y nos fuimos a la casa en donde empezó la parranda. Esa noche comimos mucho. Yo vomité dos veces y me amanecí poniendo carbón y destapando unas chelas que estaban escondidas en el lavaplatos. Mickey se durmió cerca de la parrilla y mi hermano me dijo “oye hueón me siento secuestrado en copete, a veces no sé si es que me voy a poder ir de esta casa culiá de puro borracho” Nos reímos y terminamos durmiendo hasta las seis de la tarde, poco antes de que nos despertara el Mickey para comer el ajiaco que había cocinado y que él, ceremoniosamente, acompañaba con varias botellas de vino dulce.

Era simpático Mickey Rourke y fue muy generoso con nosotros. Hay que señalar que en las dos semanas lo único que pusimos fue seis cajetillas de puchos y la Sprite de litro.  Nunca supimos de dónde sacaba la plata pal carrete. Solamente un día nos enteramos, según un rumor que echó a correr poquito antes de dormirse en una silla el compadre Nelson, que el Mickey tenía plata porque había recibido una herencia o porque había robado un banco, el asunto es que evidentemente nadie que trabaje en la construcción puede pegarse dos semanas carreteando como lo hicimos y gastando esa cantidad de dinero que se gastó con el Tico y conmigo. Es bien posible que haya robado un banco y que tuviera la plata en un hoyo en el patio, aunque también es posible que sólo para impresionarnos es que se haya gastado hasta el último peso. No sé. A veces ocurre que hay gente que tiene vidas tan extrañas que uno apenas se imagina. A lo mejor era buena onda no más y estaba un poco loco con la vida en ese pueblo chico o con las reminiscencias de su pasado púgil, o simplemente se creyó el cuento de que se parecía a un actor de holywood. No sé. Aunque ahora que lo pienso igual se parecía a Mickey Rourke, aunque tenía el pelo más corto.


Nos fuimos de la casa del Mickey y nos salió a despedir hasta la carretera. Nos dio las gracias por la compañía y no nos dijo que volviéramos, me imagino que es de esos tipazos que disfrutan sin nostalgia la compañía de otro ser humano. Partimos pedaleando y las emprendimos de camino a la playa. Al final de cuentas el pueblo quedaba a más o menos dos horas pedaleando de Valparaíso. Estábamos re cerca, estuvimos siempre al lado. Aparecimos en la casa de la tía como a las seis de la tarde y nos hizo tomar once antes de salir. Tres días más tarde nos vinimos a Santiago en bus y con la cleta desarmada en el maletero. Ni cagando la hacíamos de vuelta. 


Escrito por: Arturo LedeZma

Lecturas Ciudadanas es un micromedio de cultura, tendencias, crónicas y noticias. Es un micromedio del periódico El Ciudadano y sale al aire desde la ciudad de Santiago de Chile. Suscríbete, síguenos en facebook [facebook.com/lecturasciudadanas] en Twitter @lctrsciudadanas y forma parte de esta comunidad
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5 comentarios

  1. jajaja buena historia. Cómo cresta se llamaba el pueblo?

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  2. Demas que paso a ver al Mickey y le doy sus saludos cabros

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  3. Excelente historia, qué buenos carretes debieron ser... :D

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  4. jajaja wn me imagine todo, pulenta historia ;)

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  5. Buena! ta' wena ta' wena

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