Los nombres impropios de lo mapuche. Poesía y subversión de David Aniñir.
por Rudy Pradenas
Loca mapunky pos-tierra
Entera chora y peluda
Pelando el cable pa` alterar la intoxicada neurona
Mapurbe;
(Maria Juana… La Mapunky de la Pintana. David Aniñir)
Partiré anunciando en términos generales que la relación entre la poesía de David Aniñir y lo que podemos llamar una subjetividad política, se sostiene en la producción de una escritura poética que renuncia a las identidades asignadas por una lógica policial, generando un des-encuadre o des-clasificación respecto de la narración hegemónica que sitúa a “lo mapuche” como un origen pre-político y reservorio de autoctonía, y desde el cual se intenta despolitizar las reivindicaciones de las comunidades en conflicto. En este sentido la poesía de David Aniñir genera los nombres impropios de lo mapuche que desbordan subversivamente las identidades asignadas al interior de la lógica policial de la “democracia de los consensos”.
La guerra y la asignación identitaria.
Este proceso de asignación de identidades por parte de la soberanía Estatal sobre los cuerpos mapuches, la expone claramente André Menard en su ensayo “Destino del Archivo Mapuche y Escándalos del Reducto”[1], ahí nos presenta el modo en que la conquista y ocupación de los territorios mapuches en Argentina y en Chile a finales del siglo XIX, consistió en “una ocupación conjunta del territorio y el archivo que lo significa, y con la cual el despliegue heterogéneo de éste último, es reclasificado en torno a dos ejes del archivo estatal: cuerpos por un lado, corpus por el otro”[2], es decir, esto significó el paso y la inscripción de cuerpos, bienes, documentos y territorios mapuches bajo las lógicas de las políticas del archivo, y con ello, su consecuente captura en el orden de la soberanía de los Estados-nacionales. Luego en su texto “Pinochet, el Musulmán y el Enano Elias Lindzin (economía y política del reducto)”[3] avanza en su análisis y marca una diferencia en las lógicas museales y archivísticas entre el Estado argentino y el chileno. “En la Argentina la inscripción de esos papeles y cuerpos mapuches se hizo preferentemente mediante el archivo historiográfico en el caso de los primeros y mediante el museo antropológico, más precisamente en el Museo de la Plata (fundado en 1888, es decir al momento de la culminación de la llamada conquista del Desierto) en el de los segundos”[4] - en el caso chileno señala -“En su lugar se implementó una sistemática inscripción de los cuerpos mapuches pero mediante otra forma de archivo: en tanto máquina de asignación de nombres propios, nombres propios que al conservar la marca de su mapuchidad, terminaron constituyendo una suerte de reducto racial al interior de la población nacional chilena”[5].
El núcleo fundacional del ideario nacionalista de la “raza chilena” se origina a partir del archivo literario de la guerra mítica ercillana, esta es la guerra que a partir de la violencia, no del cruce sexual, sino del choque bélico, funda el imaginario del origen mestizo y bélico de la nación. Esta violencia fundacional es la que históricamente ha usado por un lado el nacionalismo de derecha, y también por otro el idealismo popular indigenista para revestirse de una fábula escencialista y originaria. Ambos discursos han empleado de esta mitologización según sus propios intereses instrumentales sobre la identidad. A partir de esto la guerra de sometimiento ocurrida en Chile durante el siglo XIX contra el pueblo mapuche queda solapada y disfrazada bajo el concepto de pacificación de la Araucanía. Bajo el discurso de la soberanía meztisofílica chilena, lo mapuche queda capturado en una función ideológica nacionalista, como núcleo pre-político y pre-histórico de la soberanía nacional. A partir de la expansión de la soberanía y la captura mapuche al interior del sistema de archivo estatal comprenderemos lo que André Menard llama el reducto:
Para comprender lo anterior es necesario detenernos en la idea del reducto y en su relación con el problema de la guerra, problema fundamental pues el reducto remite en primera instancia al lenguaje estrictamente militar (…) Si fijamos ahora en la tenue inscripción historiográfica de la conquista del territorio mapuche por el Estado Chileno, vemos que el aforisma se invierte y que en la misma enunciación de esta guerra como “pasificación”, la política parece ser una continuación de la guerra por otros medios. Según este discurso, lo que hubo en el siglo XIX no fue una guerra, fue una pasificación, es decir una extensión casi natural de la soberanía y de sus criaturas políticas y legales. Si hubo una guerra, ésta ocurrió, pero ocurrió antes, en un siglo XVI que en realidad está fuera de la historia, se trata de la guerra mítica que produjo el archivo literario tal cual lo estipuló Andrés bello, la guerra ercillana. Y esta guerra también fue una guerra fundacional, pero fundó una raza incluso anterior a la nación ( y no cualquier raza sino una raza militar) (...) El reducto tiene que ver justamente con esta irreductibilidad de una guerra que subyace a la comunidad mestiza. Ahora bien, lo propio del discurso soberano es separar la guerra del reducto, ocultar la guerra tras la resistencia o la insistencia del reducto y finalmente servirse del reducto como capital de autoctonía (267-268, Menard)
Poética y subjetividad política
Como señala Ranciere, la renuncia a la identidad policial del gobierno pasa por la producción de una subjetividad política, esto es renunciar al nombre propio y generar uno impropio, “un proceso de desidentificación o desclasificación” [6], lo opuesto a la acción de control ejercida por una lógica policial que designa nombres “exactos”, lugares, funciones e identidades claramente definidas, este es el punto crucial en que la poética de Aniñir me parece eficaz como posibilidad de insurrección del sentido que se le asigna al mapuche desde el reducto nacionalista y mestisofílico, la acción de desencajar desde la poesía la identidad que le ha asignado históricamente la violencia soberana Estatal y post-soberana mercantil. En esta ocasión trabajaré sobre sus dos poemas aparecidos en la compilación del libro “Desmanes. Poesía Combativa para las Luchas Cotidianas”[7]; compilación a cargo de Mauricio Torres y Samuel Ibarra; estos poemas son Mapurbe y María Juana…La mapunky de la pintana. En ambos poemas el conflicto de las identidades, de las formas de reconocimiento impuestas por la lógica del historicismo nacionalista es un eje de tensión constante, y sobre todo, la contraposición a estas lógicas de control por parte de otras categorías y formas de lenguaje disidente levantado por Aniñir, para situarse en los entres de las identidades delineadas y ordenadas que le ha asignado el orden soberano y post-soberano[**]. La subjetividad política es posibilitada por el trabajo poético de David Aniñir como práctica de des-encuadre y reconfiguración del marco del discurso que lo enclaustra y determina los lugares y las funciones de un cuerpo y un nombre polémico.
En ambos poemas se evidencia el modo en que la subjetivación política proyectada por el hablante actúa desde el nombre impropio, desde la desidentificación con la identidad impuesta y la identificación imposible con la alteridad enmudecida e invisibilizada, para situarse en un intervalo de las identidades, aquel territorio problemático para la búsqueda de identidades exactas que necesita la policía. “Eres la mapuche “girl” de marca no registrada / de la esquina fría y solitaria apegada a ese vicio / tu piel es oscura en la red de SuperHiperArchi venas”. (del poema “Maria Juana… la mapunki de la Pintana”).
El actual atolladero en la reflexión y acción política, parte en la manifestación de la política a partir de la ideología de lo propio de una comunidad, ya sea por parte de la hegemonía o de una minoría, “lo propio” siempre descansa sobre la “misma identificación discutible”, es decir, lo propio a “titulo de lo universal, de la ley o del estado de derecho” – “porque es principio de la policía presentarse como la actualización de lo propio de la comunidad y transformar las reglas del gobierno en leyes naturales de la sociedad” [8]. Es finalmente la violencia jurídica quien se adjudica “lo propio” para sustentar la naturalización de la “forma mítica de una violencia que funda y acompaña al derecho en todo su despliegue”[9]. Las subjetividad política como la manifestada en la poética de Aniñir, no funciona en la claridad de las identificaciones que el poder asigna, esta subjetividad funciona en un entre, en nombres polémicos de gentes que están juntas a pesar de estar también entre varios estatus, nombres o identidades, “entre la humanidad y la inhumanidad, la ciudadanía y su negación”[10]. Un ejemplo de esto en la poesía de D. Aniñir lo encontramos en el primer verso de su poema mapurbe , “Somos mapuche de hormigón”, esta sería una denominación polémica para designar aquel entre de los sujetos mapuches nacidos bajos la jurisdicción del derecho en el centro de una urbe construida bajo los parámetros de la “modernización” constante, aquí la ciudadanía se articula como un dispositivo de captura sobre un cuerpo que lleva la marca del Otro en la grafía de su nombre, aquel que ha sido “pacificado” por la nación y en cuyo nombre asignado por el orden del archivo, siempre está latente el peligro de la insurrección y el peligro del desborde de aquel orden de la ley civilizatoria que los funda como “ciudadano de derecho”. Por otro lado, esos sujetos (mapuches de hormigón), tampoco calzan con la identificación ancestralista mítica de la identificación originaria, “somos mapuche de hormigón” es poética política porque deja en evidencia el desajuste de las identificaciones plenas, un “mapuche de hormigón” es un entre conflictivo tanto para la denominación del nombre propio del Estado, como para la asignación del lugar de la retórica popular mitologizante, que incluso intentando solidarizar con la causa mapuche, al mitificar su origen como reducto de autoctonía, despolitizan sus luchas contingente.
“Un circuito eléctrico rajó tu vientre / Y así nacimos gritándoles a los miserables / Marri Chi weu!!!. Se manifiesta entonces la producción del nombre impropio, “nombres que ligan el nombre de un grupo o de una clase en nombre de lo que está fuera- de- cuenta, que ligan un ser con un no-ser o a un ser-por-venir” [11]. La subjetividad política abre la posibilidad de una identificación imposible, una identificación que no puede encarnarse en el cuerpo de aquellos que la enuncian.
Retórica del derecho y el reducto global
Hay una tensión medular que se puede trazar entre el problema del reducto propuesto por Menard y la subjetividad política en la poesía de Aniñir, ese punto de cruce es el problema del derecho. Menard nos señala que hay cierta lógica del reducto producido por la forma del derecho internacional:
Como el convenio 169 de la OIT responde a este movimiento y constituyen a los pueblos indígenas en una categoría política especial y en un sujeto de derecho a nivel mundial. Hasta cierto punto, esto implica un desplazamiento del reducto como capital de autoctonía, desde un nivel nacional a uno internacional. De esta forma su potencial ético es transferido fuera de los límites de la soberanía nacional para orientar formas transnacionales o internacionales de la soberanía. Al igual que los valores de pureza, espiritualidad, solidaridad comunitaria, o compromiso ecológico que el discurso nacional a buscado capitalizar en este núcleo de autoctonía, los valores supra-estatales de paz mundial, estabilidad o derechos humanos, remiten a un trascendental político, aunque lo hagan en función de una nueva configuración de soberanía.[12]
Este tipo de apropiaciones sobre lo indígena bajo el marco del derecho internacional lo que produce es una despolitización de las demandas y de las luchas políticas actuales, y un aprovechamiento de parte del Estado al deslegitimar las demandas bajo la lógica del reducto del derecho internacional. A partir del derecho internacional se pone al “reducto mapuche como un resto flotante, al centro o en los márgenes de una homogeneidad mestiza”[13], casi como un excedente, fósil viviente, o en condición de un ente patrimonial, en una relación que tiene que ver con la bondad, la raza, y la pureza originaria, y no con la contingencia social de las demandas políticas de las comunidades indígenas. El imaginario poético de David Aniñir entra en conflicto con estas elaboraciones transnacionales del reducto, ya sea contra la utilización del discurso del derecho por parte del racismo liberal positivista o la despolitización posibilitada por un ideario del idealismo popular indigenista, las condiciones políticas del “mapuche de hormigón” escapan a las configuraciones patrimonializantes sobre los cuerpos indígenas apolíticos y naturales del derecho internacional. Su imaginario habla de otras relaciones con lo político, de un conflicto y un daño entre la soberanía, el derecho y la democracia consensual e inmunitarias transnacionalizada, hacia un cuerpo político y poético que se sitúa en los intersticios de aquellos lenguajes configuradores de identidades definitorias, un cuerpo que no está contemplado en los consensos de la ficción democrática global y la falacia republicana nacional: “Oscura negrura of mapulandia street / si, es triste no tener tierra / Loca del barrio la Pintana / el imperio se apodera de tu cama” ( del poema “Maria Juana… La mapunki de la Pintana”).
La pregunta fundamental aquí es ¿quién define y dictamina los marcos del derecho internacional, y bajo qué parámetros policiales funciona este discurso del humanitarismo?. Zizek avanza en esta crítica a los derechos propugnados por occidente hacia el resto del mundo, el derecho orbitado por los conceptos de tolerancia, humanitarismo y democracia del liberalismo contemporáneo ha justificado muchas de las violentas intervenciones armadas y el intervencionismo a escala global:
Mi deber de ser tolerante con el otro o la otra, significa en realidad que no debería acercarme demasiado a ellos, no inmiscuirme en su espacio; en resumen, que debería respetar su intolerancia a mi exceso de proximidad. Esto está emergiendo cada vez más como el derecho humano fundamental de la sociedad capitalista avanzada: el derecho a no ser “acosado”, es decir, a mantenerse a una distancia segura de los demás. Lo mismo se puede decir de la lógica emergente del militarismo humanitario o pacifista. La guerra es aceptable en la medida en que intente provocar la paz, o la democracia, o las condiciones para distribuir la ayuda humanitaria[14].
A partir de estos punto Zizek pone en cuestión la pureza humanitaria de los “derechos humanos”, argumenta que los derechos humanos son en definitiva las justificaciones del intervencionismo militar y económico para el control de las poblaciones en los territorios “conflictivos: “los derechos humanos son como tales, una falsa universalidad ideológica, que enmascara y legitima una política concreta del imperialismo occidental, las intervenciones militares y el neocolonialismo”[15]. En este mismo sentido, el Estado chileno interviene bajo estos parámetros las comunidades mapuches, crea el contexto mediático necesario para justificar una guerra solapada, de allanamientos ilegales y disemina la violencia policial y el terror, justificando esta guerra en nombre de los derechos. Para ello construye el imaginario de dos clases distintas de indígenas, los “pacíficos” y los “violentos” justificando el terrorismo de Estado bajo los mismos parámetros que se justificó la guerra del siglo XIX contra los mapuches, es decir, bajo el ideario de la pacificación.
André Menard nos ofrece un preciso ejemplo al respecto, retomando la idea del reducto como “núcleo racial del Estado” y como “referente ético de la nación”. El ministro delegado para asuntos indígenas José António Viera-Gallo hace un llamado a través de los medios, en la radio BioBio el 9 de septiembre del 2009 “a no confundir la noble causa mapuche con grupos anarquistas, que aparentemente estarían operando en la zona de Malleco”, en esta declaración entonces aparece un impensable, entre el noble mapuche y el falso anarquista disfrazado de mapuche, la imposibilidad monstruosa de un “mapuche anarquista”. Como dice Alain Badiou “en la actualidad las “democracias” organizan una guerra implacable contra los pobres del planeta”[16]. La policía designa los lugares a partir de este tipo de configuraciones discursivas, aquí se evidencia cómo el poder policial construye figuras, asigna funciones e identidades y borra o anula las posibilidades políticas de la comunidad dañada. Esta función del orden policial, el ordenamiento de los cuerpos, los tiempos y la funciones del trabajo, es cuestionada por la poesía de Aniñir, “nacimos en la mierdopolis por culpa del buitre cantor / Nacimos en panaderías para que nos coma la maldición / Somos hijos de lavanderas, panaderos, feriantes y ambulantes / somos de los que quedamos en pocas partes / el mercado de la mano de obra / obra nuestras vidas / y nos cobra. (del poema Mapurbe).
Otro ejemplo de la constitución del reducto por parte del Estado bajo los parámetros del derecho internacional, donde se genera al sujeto indígena como portador de capital de autoctonía, se lee en el reportaje de Ignacio Bazán aparecido el domingo treinta de enero del 2011 en El mercurio. Reportaje que se titula “El ejecutivo pretende darle un papel central al Ministro de cultura: el inédito plan del Gobierno para solucionar el conflicto mapuche”:
Los problemas de la Araucanía siempre se han abordado desde una perspectiva política y nunca desde una mirada integral que reconozca las particularidades de la etnia. Es la conclusión a la que llegó la Moneda, después de la huelga de 34 comuneros mapuches y la instalación de las mesas de dialogo en la IX región. Por ello, el ministro de cultura, Luciano Cruz-Coke, tuvo que elaborar un completo plan, por una inversión de $ 4 mil millones, con el objetivo de recuperar la confianza de los pueblo originarios. Es la última carta del Ejecutivo para intentar darle término a un histórico conflicto[17].

“las mentiras acuchillaron los papeles / y se infectaron las heridas de la historia” .La acción poética, la escritura disidente de Aniñir, es en este caso una de las posibilidades de resistencia a esta maquinaria de asignaciones y ordenamientos, “la literatura es el modo de discurso que deshace las situaciones de reparto entre la realidad y la ficción, lo poético y lo prosaico, lo propio y lo impropio”[18]. la escritura que va de la mano con el drama político y material de la comunidad, “Mapuchita Kumey Kuri Malén / vomita a la tifa que el paco Lucia / y el sistema que en el calabozo crucificó tu vida”. Esta es la denominación desestabilizadora que utiliza los intersticios y los entres de las identidades para socavar el orden de lo visible y audible. “Lolindia, un xenofóbico Paco de la Santa Orden / engrilla tus pies para siempre / sin embargo / tus pewmas conducen tus pasos disidentes”. (del poema Maria Juana… La mapunki de la Pintana).
Notas:
[1] Menard André. 2009. Destinos del archivo mapuche y escándalos del reducto. Texto “Trienal de Chile”. Santiago. Edit, Nelly Richard. P.270
[3] Menard André. 2010. Pinochet, el musulmán y el enano Elias Lindzin. Revista de cultura Papel Máquina. Santiago. P. 85
[4] Ibid. p. 85
[6] Ranciere Jacques. 2006. política, policía, democracia. Santiago. Lom. P.21
[**] Oscar Ariel Cabeza. 2013. Postsoberanía. literatura, política y trabajo. Buenos Aires. edit. La Cebra
[8] ibid. P.19
[9] Galende Federico. 2009. Walter Benjamin y la destrucción. Santiago. Metales Pesados. p. 74
[10] Ranciere Jacques. 2006. política, policía, democracia. Santiago. Lom. P.21
[12] Menard André. 2009. Destinos del archivo mapuche y escándalos del reducto. Texto “Trienal de Chile”. Santiago. Edit, Nelly Richard. P.270
[13] ibid., P. 270
[14] Zizek, Slavov, 2005. contra los derechos humanos. Akal. P.89
[15] Zizek, Slavov, 2005. contra los derechos humanos. Akal. P.97
[17] El Mercurio, domingo 30 de enero de 2011, p. D8
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